Introducción.
La América Mexicana fue el nombre
que se otorgó al territorio comprendido por las entonces provincias de México,
Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Oaxaca, Técpam, Michoacán, Querétaro,
Guadalajara, Guanajuato, Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila y Nuevo
Reino de León, de conformidad con el Decreto Constitucional para la Libertad de
la América Mexicana, promulgado en Apatzingan, el 22 de octubre de 1814. Con lo
cual, se construyó la noción administrativa y la jurisdicción territorial en un
proceso de lucha por la independencia que se prolongó hasta 1821, que tuvo como
resultado el nacimiento de México.
En este
contexto, al hacer referencia a las fronteras de la América Mexicana, autores
como Peter Gerhard (1986. 1991 y 1996), delimitan su investigación hasta el año
de 1813. Por lo cual, surge el interés de elaborar un esbozo de la situación
que guardó la frontera sureste en el periodo comprendido entre este año y el
final de la lucha armada. Por tanto, el presente ensayo tiene por objeto
realizar la construcción de la noción fronteriza de la región sureste, el
lindero entre dos subregiones del entonces virreinato de la Nueva España, las
Audiencias de México y de Guatemala. Espacio en el que el convergieron
administraciones políticas como: la Capitanía de Yucatán, la Alcaldía Real de
Las Chiapas, la Provincia del Soconusco y la Capitanía de Guatemala. Además, la
zona se caracterizó por la existencia de un territorio controlado
económicamente por los madereros británicos, entre los ríos Hondo y Sibún.
De igual
manera, confluyeron tres jurisdicciones eclesiásticas, las Diócesis de
Antequera, que sufragó a la Arquidiócesis de México, el Obispado de Yucatán y la
Diócesis de Chiapa, que sufragó a la Arquidiócesis de Guatemala a partir de
1745. Los límites entre la jurisdicción política de los gobiernos y de las
diócesis se encontraban conformadas de manera similar al iniciar el siglo XIX. La
región se constituyó como una frontera de conquista, en especial Acalán, lo
considerado como el “Desierto del Lacandón” y la zona de El Petén. La
colonización se caracterizó por ser una de las más complicadas y tardías en
consolidarse, por una parte, por las condiciones del medio que permitió la
huida de los indígenas y, por la otra, debido a la presencia de una población
reacia e insumisa que no facilitó la congregación de la población nativa,
situación que se revierte al finalizar los siglos XVII y XVIII.
En cuanto a sus
características geográficas, la región a considerar está ubicada en la zona
adyacentes de una vasta red hidrográfica que corre de manera irregular entre la
sierra y la selva hacia los dos grandes océanos y el Golfo de México,
destacándose los ríos Hondo, Usumacinta y Suchiate, constituyéndose en un área
con características climatológicas muy similares por la preeminencia de un
ecosistema selvático y húmedo. Un territorio donde converge una diversidad
cultural y étnica, al encontrarse mayas yucatecos, lacandones, chontales,
mames, tojolabales, tzotziles, tzeltales, chiapanecos, coxales, zoques,
españoles y criollos, mestizos, esclavos negros y pobladores ingleses. Con una
población que se incremento de 399 mil indios y 138 mil españoles para 1800 a
473 mil y casi 184 mil, respectivamente para 1821 (Gerhard, 1991). En cuanto al
asentamiento británico, se estima para 1810 una población compuesta por dos mil
esclavos, 700 negros libres y 200 blancos (Toussaint, 1993). Con base en los
textos y mapas consultados, pretendo dar respuesta a la interrogante que, con
base en la estructura novohispana que se había alcanzado después de tres siglos
de colonización y organización político-administrativa, establecer el espacio
que constituyó la América Mexicana para así saber ¿Cómo se puede concebir esta
región y se percibió su frontera sur-este? y ¿Cuál fue el impacto que esta
construcción espacial tuvo en el proceso de conformación territorial del México
pos independiente?
La
construcción espacial de una región fronteriza.
En la búsqueda por parte de una comunidad por
alcanzar su independencia y conformarse como Estado, existe una referencia para
delimitar su territorio, el espacio que ocupará su organización y jurisdicción
interna una vez que se logre la emancipación de la metrópoli. Igualmente, es
parte de esta noción resaltar las diferencias con las demás entidades del
sistema interestatal.[1]
Una de las concepciones del término frontera implica
la expresión de
factores que conforman el progreso de la cohesión organizacional al interior
frente a otras comunidades (Rangel, 2009), en el contexto de la revolución por
la autonomía, una comunidad requiere el espacio geográfico que la contenga. La
conformación de un espacio está vinculado a la composición de un límite, al
observar un mapa de una región, se pueden identificar al menos dos espacios
diferentes, uno endógeno o propio y otro exógeno o ajeno (García Martínez,
2001). Se establece la línea que diferencia a “nosotros” de los “otros”.
La región
puede ser construida con el área de estudio que hace referencia a una zona
determinada que posee serie de variables, las cuales pueden o no estar
intrínsecas o ser compartidas en su totalidad, determinadas en primer instancia
por características geográficas, aspectos culturales, lingüísticos, étnicos,
pasado o historia, modelos de organización política, social, económica, modos
de producción, así como características identitarias, nociones de soberanía,
jurisdicción y territorialidad. En ese sentido, al iniciar el siglo XIX,
encontramos en los territorios novohispanos cambios en lo político, económico y
geográficos, resultado de ciertos procesos que trascendieron en el escenario
local e interestatal como la guerra de los Siete Años, la Revolución Francesa,
la Revolución Industrial, las Reformas Borbónicas, la invasión napoleónica a
España y la promulgación de la Constitución de Cádiz, eventos que
caracterizaron la decadencia del imperio español y el surgimiento de nuevas
hegemonías en el concierto internacional, como Gran Bretaña, Francia, Rusia y
Estados Unidos.
La victoria de
Gran Bretaña en la guerra de los Siete Años y la firma del Tratado de París
(1763), propicio que sus posesiones en el continente americano se incrementaran
con la obtención de Canadá, el territorio al este del río Mississippi, las
Floridas españolas, devueltas posteriormente con el Tratado de París (1783).
Por su parte, España adquirió de los franceses Nueva Orleans y la Luisiana. Con
respecto a la independencia de Estados Unidos, a pesar de que España no la reconoció
de inmediato, en 1795 se llevó a cabo el Tratado de San Lorenzo o Pickney’s Treaty, por medio del cual se
concedió a los estadounidenses libre navegación por el Mississippi y atracar en
Nueva Orleans y se delimitó la frontera en el paralelo 31° N. De igual manera,
el imperio español no pudo conservar la Luisiana, cedida a Francia por medio
del Tratado de San Ildefonso de 1800.
Tres años más
tarde, este territorio fue adquirido por el gobierno estadounidense, con lo
cual la extensión geográfica del virreinato de la Nueva España se disminuyo. En
1819, llevo a cabo el Tratado Adams-Onís, por medio del cual Estados Unidos aseguró
la posesión de los territorios del oeste hasta el Pacífico, el Oregón y la
frontera con Canadá. En este contexto, la región septentrional del virreinato
de la Nueva España se convirtió, de acuerdo a Aboites (1995), en el lindero de
las potencias que se encontraban en
expansión territorial en el continente americano, en cuyo contexto beligerante,
se constituyó como parapeto de la fuente de recursos que requería la Corona
española para solventar las contantes “era el virreinato que limitaba, por su
parte septentrional, con las guerras que venía sosteniendo con sus pares
europeos.
La frontera, entonces, es un espacio territorial variable
en términos geográfico, político y cultural, mientras que, el límite es una
construcción abstracta surgida de un acuerdo o instrumento jurídico que se
plasma en un mapa. Es decir, las fronteras se han
modificado debido a conflictos de intereses y la expansión territorial. De igual manera, se puede concebir el border, la línea que divide dos
entidades o países -“frontera-límite”-, y frontier, la
franja amplia, móvil e indefinida -“frontera-frente”-, que puede ser invadida o
integrada (De Vos, 1993). Al comienzo de la revolución de
1810, que se desarrollo en el movimiento independentista, la noción para
determinar las fronteras se percibió con la creación del Decreto Constitucional
para la Libertad de la América Mexicana, el 13 de septiembre de 1813, en el
cual los diputados del Congreso de Apatzingán esbozaron el Título II establecer
una organización territorial integrada por las siguientes provincias: México,
Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Oaxaca, Técpam, Michoacán, Querétaro,
Guadalajara, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila
y Nuevo Reino de León (Senado de la República, 2010).
Hasta la promulgación
de la Constitución de Apatzingán, el 22 de octubre
de 1814, se hace referencia a los linderos que contendrán la organización
territorial arriba señalada, en espera de la demarcación que ocurriría
posterior al término de la revolución que se llevaba a cabo a partir de la
década de 1810. Es así que, se concebían en ambos documentos las regiones fronterizas del territorio en
formación. En el Septentrión, con base a la extensión de Sonora, Coahuila y el
Nuevo Reino de León. La frontera sureste se percibió en las zonas comprendidas
por la Península yucateca, conformada por Tabasco, Campeche y Yucatán, y la
franja sur hasta los linderos de Oaxaca, en el Istmo de Tehuantepec,
considerando los límites de la Diócesis de Antequera, en el meridiano 94° O, en
los linderos con Las Chiapas (véase mapa 1). Dicha noción se hizo con base en
la división político-administrativa-eclesiástica existente a principios del
siglo XIX para el virreinato de la Nueva España, a partir de la configuración
territorial establecida desde el siglo XVIII, representada por Nuevo México,
Nueva Vizcaya, Nueva Galicia, Nuevo Reino de León, Nueva España y la Península
de Yucatán.[2]
Mapa
1
Fuente: Elaboración propia con base en Gerhard (1996). |
La vertiente del Norte comparte del espacio del
Septentrión, constituidas por Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Baja California,
más al norte, Nuevo México y Texas, aisladas del centro y con una población
mayoritariamente anglosajona. Por otro lado, la orografía y geografía del
territorio, propiciaron la expansión y colonización de espacios de manera
vertical o vertical a las Sierras Madre Occidental y Oriental o los Golfos de
California y México, así como el Océano Pacífico. La presencia de comunidades
indígenas o nativas también se constituyó como aspecto para la confirmación de
espacio y el establecimiento de rutas hacia el norte. De
acuerdo a la distribución o división administrativa, la América Mexicana tenía
su frontera sur en la zona del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, siendo las
provincias de Las Chiapas y el Soconusco jurisdicción administrativa, política
y económica de la Audiencia de Guatemala, pero religiosamente jurisdicción de,
Obispado de Yucatán. En este sentido, la noción de la frontera sur-este
concibió el lindero con la Provincia de Chiapa, integrada por los cabildos de
Ciudad Real, Tluxtla, Comitán y Plenque, adscrita a la jurisdicción de la Audiencia
de Guatemala desde 1544. La otra zona que colindó con la América Mexicana fue
el Soconusco, cuya división natural con Chiapa es la Sierra Madre, siendo la
capital Tapachula desde el siglo XVII.[3]
Los
linderos de la América Mexicana: Las Chiapas y Soconusco.
Una característica similar del
espacio que conforma la frontera entre las Audiencias de México y Guatemala,
como subregiones del virreinato de la Nueva España, y que en el siglo XIX
fueron objeto de discusión diplomática y bélica, como resultado de la
concepción novohispana del “Desierto del Lacandón” y las “Tierras Despobladas
hasta El Petén” (Sabana Grande). Ambas fueron durante muchos años tierras
desconocidas y nulamente colonizadas y pobladas por sujetos ajenos a los
naturales. En esta región, existió una divergencia en la configuración de la
frontera jurisdiccional entre las provincias o estados prehispánicos, en el
sentido de que ellos no concebían los límites como demarcaciones geográficas o
naturales o construidas por el ser humano, ésta una visión eurocéntrica de la concepción
y consolidación del Estado-nación, en términos de soberanía. Asimismo, una
reconfiguración geográfica con base en el beneficio de los conquistadores y en
los proyectos colonizadores.
El proceso de
conquista del territorio, la política de poblamiento que congregó a las
comunidades indígenas en la zona norte de la península de Yucatán y hacia el
río Grijalva en la zona de Chiapas y el Soconusco, como resultado en una
primera instancia un proceso lento de conquista y colonización durante el
periodo pre-independiente de las regiones sureste de la península -El Petén- y
de lo denominado el “Desierto del Lacandón”; así como del cierto
desconocimiento de la zona. Esta lenta ocupación de la región que comprende los
límites entre la América Septentrional o del Norte y América del Centro o Istmo
Centroamericano, se diluyó al final del siglo XIX, en virtud de las incursiones
de los cortadores tabasqueños que fueron los que exploraron y explotaron la
zona con el corte de maderas tintóreas y preciosas.
Otra característica
común es la existencia de una amplia red hidrográfica cuyos tres principales
ríos son el Hondo, el Suchiate y el Usumacinta, así como los raudales y ríos
madres aledaños que surcan la Selva Lacandona, la región “[…] occidental y
septentrional de Guatemala, el este y noreste de Chiapas y la mitad oriental de
Tabasco” (Vos, 1988) (véase mapa 2). Durante la colonia, la provincia de Las
Chiapas se constituyó geográficamente como una entidad intermedia entre la
Nueva España y la Audiencia de Guatemala, un puente y lindero de las dos
administraciones que contenía “insospechadas” riquezas y una sociedad
estructurada y regional, de acuerdo a Vos (1991).
Pero al mismo
tiempo, se desarrolló una idiosincrasia propia, que podemos observar de acuerdo a Vos (1993) en virtud de que el
virreinato novohispano había sido objeto de “violentas insurrecciones armadas”,
mientras que los criollos centroamericanos solamente se dedicaron a plasmar sus
anhelos de igualdad y libertad en la prensa y “tertulias clandestinas”, que
divergían de acuerdo a la tendencia liberal o conservadora. Con relación a la
densidad demográfica de la provincia, de acuerdo a los datos proporcionados por
Gerhard (1991), a finales del siglo XVIII fue entre 50 y 75 mil indígenas; un
total de seis mil 506 blancos y mestizos; tres mil 500 esclavos negros.
Mapa
2
Fuente: Vos (1988). |
De acuerdo a Peter
Gerhard (1991), en 1748 se dividió en dos alcaldías mayores, Ciudad Real y
Tuxtla; en 1790, Chiapa se convirtió en intendencia, donde se instalaron
subdelegados en Tuxtla, Ixtacomitán, Llanos, San Andrés Chamula, Simojovel,
Palenque, Tila, Ocosingo, y Huistlán; para 1812, se instauraron los cabildos de
Ciudad Real, Tluxtla, Comitán y Plenque (véase mapa 3). En este lindero, fueron
establecidas rutas comercias que privilegiaron la conexión entre la costa
guatemalteca y la región del Soconusco chiapaneco, Chiapas y la zona montañosa
de Huehuetenango, Guatemala. Además, los productos de exportación como la grana
cochinilla y el añil, eran transportados desde Centroamérica a través de los
“circuitos de intercambio” que se establecieron para llevar a cabo el comercio
novohispano vía el puerto de Veracruz (Trujillo, 2009). Es necesario considerar
la importancia geoestratégica de Chiapas, ubicada entre Oaxaca, Tabasco y
Guatemala, el cual se concibió como un punto para el control y la defensa de la
frontera sureste, lo cual derivaría posteriormente en las consideraciones del
proyecto de la vía interoceánica que se planteó construir en el Istmo de
Tehuantepec durante el siglo XIX.
Mapa
3
Fuente: Vos (1988). |
La
Península de Yucatán y los cortadores británicos.
A pesar de haber sido el punto de
entrada de los conquistadores españoles, las condiciones geográficas de la
península yucateca, la lejanía de los centros político-administrativos
novohispanos, la falta de vías de comunicaciones terrestres óptimas y las rutas
marítimas sujetas a los itinerarios de los puertos de Veracruz, Campeche y La
Habana principalmente, la caracterizó por estar “aislada”. Con relación a El
Petén, por su extensión y ubicación geográfica, así como también por sus estrechas relaciones con la
península de Yucatán, hecho que se vislumbro en las pretensiones de sus
habitantes de “[…] segregarse de Guatemala y depender políticamente de Mérida”
(Vos, 1993; 90); aunado al hecho de que el obispado de esta ciudad era la
jurisdicción eclesiástica de la región. La Constitución de Cádiz incentivó a
los diputados de El Petén para solicitar a las cortes españolas trasladar su
jurisdicción a Yucatán, bajo el argumento de contar con mejores vías de
comunicación y lazos estrechos y constantes con las poblaciones yucatecas, así
como también la pertinencia de la jurisdicción eclesiástica de Yucatán.
Al comenzar el siglo XIX, la región que ocupa actualmente Belice mantenía un
estatus sui géneris, a partir de una “interacción
anglo-española” que existió debido a la piratería y la proscripción de la
misma; el comercio ilícito y el usufructo de los recursos madereros y, la
colonización y soberanía de la región. Proceso que se negoció por medio de seis
tratados y convenciones entre los siglos XVII y XVIII, con los cuales los
británicos establecieron asentamientos para realizar actividades lícitas,
extender la zona de usufructo, administración política pero no soberanía y libertad
de comercio.[4]
Ello afectó la noción de la configuración territorial de la América Mexicana, Centroamérica
y El Caribe. Debido a la
inestabilidad provocada por la revolución de independencia en las colonias
españolas, la soberanía del territorio que ocupaban los cortadores británicos
desde finales de la década de 1660,[5]
quedó en el limbo, a pesar de que no se reconoció su posesión sobre la región,
Gran Bretaña ocupó y explotó los recursos madereros existentes, gracias a las concesiones
otorgadas por España a partir del Tratado de Madrid de 1670.[6]
La presencia de los madereros ingleses y su apropiación
económica y territorial de la zona que ocuparon desde el siglo XVIII fungió
como lindero entre las Audiencias de México y Guatemala se consolidó a partir
de la expulsión de los piratas de la península de Yucatán. Una
vez que fueron expulsados los piratas-madereros de la región de Laguna de
Términos y de porción norte de la costa oriental de la península de Yucatán, se
establecieron en el área del golfo de Honduras. Se recuperó la villa de Bacalar
y fue construido el fuerte de San Felipe, el cual se constituyó como un frente de
esa región. Con lo cual, los británicos se vieron obligados a desplazarse hacia
la zona suroriente de la península yucateca, ubicando y ocupando un espacio
despoblado y aislado, comprendido entre los ríos Hondo y Sibún, pero
geográficamente cercano a su base de operaciones navales y políticas, Jamaica,
a pesar de no contar las maderas con la calidad que habían encontrado en la
frontera entre Tabasco y Yucatán, la Laguna de Términos.[7]
En el contexto de la guerra de independencia de la
América Mexicana, los británicos comenzaron la expansión hacia el sur de los
linderos político-administrativos de las Audiencias de México y Guatemala, a partir de ríos Moho, en 1806, y Grande, en
1814, hasta alcanzar el límite en la ribera del río Sarstún, en 1824 (véase mapa
4). La concepción de la América Mexicana, como noción
para conformar una nueva entidad a partir de la confrontación del “cuño liberal
y popular” contra los realistas, se neutralizó una vez proclamado el Plan de
Iguala (24 de febrero de 1821) y su proyecto conservador de un imperio a la
cabeza de Agustín de Iturbide, con la adhesión del alto clero y de los jefes
militares, la propuesta política y defensa de “las tres garantías” de
independencia absoluta, religión única y orden social establecido, contenían la
atractiva armonía que necesitaba una naciente y dispersa nación, auspiciado por
el “enemigo común” el virrey Juan de O´Donojú que cerró el círculo con la firma
de los Tratados de Córdoba (24 de agosto de 1821).
Mapa
4
La
independencia de México y la frontera sur-este.
Con la firma de los Tratados de
Córdoba, se dio fin a la revolución de independencia y se acordó la voluntad
general de separarse de España con el Acta de Independencia del Imperio
Mexicano, signada el 28 de septiembre de 1821, por Agustín de Iturbide y otros
treinta y cinco miembros de la Suprema Junta Provisional Gubernativa. Pero a
diferencia de los Constitucionalistas de Apatzingan, el proyecto trigarante no
estableció nada relativo a la administración territorial y por ende la
configuración del naciente imperio. En primera instancia, no se pretendió fijar
la línea fronteriza, sino establecer ciertos puntos de referencia para los
“dominios de la patria”, en virtud del proyecto aglutinador que pretendió
erigir la extensión del espacio del Imperio Mexicano desde la frontera
concebida en los linderos del istmo de Tehuantepec hasta los “confines de Panamá”
(Vos, 1993).
Cabe destacar
que, en la segunda mitad del año 1821, a partir del proyecto trigarante se
presentó un fenómeno que coadyuvó a las declaraciones de independencia por
parte de las provincias y distritos chiapanecos y guatemaltecos, cuyas
autoridades se debatieron entre conformar una entidad autónoma representada por
Guatemala o la anexión al Plan de Iguala para conformar el impero mexicano. En
cuanto a la región beliceña, debido a la consolidación como potencia que veía
desarrollando Gran Bretaña y a la debilidad política de la nueva entidad
mexicana, no había opciones para ejercer control sobre una zona cuya
jurisdicción la poseían los británicos desde el siglo XVII y que se extendió
territorialmente en el curso de las dos primeras décadas del siglo XIX.
Fuentes
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Atlántico novohispano (1798-1825). Comercio libre, circuitos de intercambio,
exportación e importación. México. Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social-Universidad de Cádiz.
Vos, Jan De. (1993). Las fronteras de la frontera sur. México.
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores
en Antropología Social.
* Estudia el Doctorado en Historia
(Promoción 2010-2014), en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en
Antropología Social (CIESAS) Unidad Peninsular. Maestro en Ciencias Sociales
aplicadas a los estudios Regionales por la Universidad de Quintana Roo (UQRoo).
Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM). Cultiva la línea de generación y aplicación del
conocimiento de historia regional sobre políticas económicas, relaciones
comerciales y cooperación en Centroamérica, Caribe y Norteamérica.
[1] Ello implica, la afirmación de fronteras fijas,
la acción organizarse, definir lo propio, establecer límites geográficos y las
relaciones interestatales en el sistema-mundo, le permiten al Estado fortalecer
su soberanía y así robustecer su participación en la economía-mundo
capitalista.
[2] De acuerdo al Artículo 10 de la
Constitución de Cádiz (1812), el territorio de las Españas en la América
septentrional comprende: “Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán,
Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente,
isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo
Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al
continente en uno y otro mar”.
[3] Gerhard (1991), señala que
Soconusco estuvo bajo la jurisdicción real desde mediados del siglo XVI; a
partir de la década de 1790, fue incorporado a la Intendencia de Chiapa,
dividiéndose posteriormente en dos partidos, Tónala y Tapachula, lascuales fueron
elevadas a villas en 1813.
[4] Estos
acuerdos son: El Tratado de Paz de 1667, el Tratado de Madrid de 1670, el
Tratado de Ultrech de 1713, el Tratado de Paz de París de 1763, el Tratado de
Versalles de 1783 y el Tratado de Amiens de 1802.
[5] Los ingleses se apoderaron de
ciertos puntos de la península de Yucatán, como la Laguna de Términos –la
frontera-, partes de las costas de Campeche y Yucatán, la región sur a partir
de la Laguna de Bacalar, la región de la Mozquitia, Nicaragua, y el Roatán en
Honduras, donde cortaron y comerciaron de manera ilícita con las maderas
preciosas de ésta región.
[6] Este acuerdo, conocido también
como Tratado de Godolphin, se convierte en el primer documento
que reconoció el derecho de los ingleses a realizar actividades comerciales con
las Indias Occidentales y el usufructo del palo de tinte o de Campeche en la
zona sureste de la península de Yucatán.
[7] Las disputas entre España y Gran
Bretaña propiciaron un vacío jurídico sobre la posesión real del territorio
comprendido entre los ríos Hondo y Sibún; por un lado, tenemos que los
españoles a pesar de que ejercían la soberanía no realizaron actividad alguna;
por el otro, los diversos tratados anglo-españoles otorgaron a los ingleses el
derecho de usufructo y ocupación de la región, en la realidad fueron éstos
quienes colonizaron el área.
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