martes, 18 de febrero de 2014

La frontera sureste de la América Mexicana (1814-1821)

Edgar Joel Rangel G.*
Introducción.
La América Mexicana fue el nombre que se otorgó al territorio comprendido por las entonces provincias de México, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Oaxaca, Técpam, Michoacán, Querétaro, Guadalajara, Guanajuato, Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila y Nuevo Reino de León, de conformidad con el Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, promulgado en Apatzingan, el 22 de octubre de 1814. Con lo cual, se construyó la noción administrativa y la jurisdicción territorial en un proceso de lucha por la independencia que se prolongó hasta 1821, que tuvo como resultado el nacimiento de México.
En este contexto, al hacer referencia a las fronteras de la América Mexicana, autores como Peter Gerhard (1986. 1991 y 1996), delimitan su investigación hasta el año de 1813. Por lo cual, surge el interés de elaborar un esbozo de la situación que guardó la frontera sureste en el periodo comprendido entre este año y el final de la lucha armada. Por tanto, el presente ensayo tiene por objeto realizar la construcción de la noción fronteriza de la región sureste, el lindero entre dos subregiones del entonces virreinato de la Nueva España, las Audiencias de México y de Guatemala. Espacio en el que el convergieron administraciones políticas como: la Capitanía de Yucatán, la Alcaldía Real de Las Chiapas, la Provincia del Soconusco y la Capitanía de Guatemala. Además, la zona se caracterizó por la existencia de un territorio controlado económicamente por los madereros británicos, entre los ríos Hondo y Sibún.
De igual manera, confluyeron tres jurisdicciones eclesiásticas, las Diócesis de Antequera, que sufragó a la Arquidiócesis de México, el Obispado de Yucatán y la Diócesis de Chiapa, que sufragó a la Arquidiócesis de Guatemala a partir de 1745. Los límites entre la jurisdicción política de los gobiernos y de las diócesis se encontraban conformadas de manera similar al iniciar el siglo XIX. La región se constituyó como una frontera de conquista, en especial Acalán, lo considerado como el “Desierto del Lacandón” y la zona de El Petén. La colonización se caracterizó por ser una de las más complicadas y tardías en consolidarse, por una parte, por las condiciones del medio que permitió la huida de los indígenas y, por la otra, debido a la presencia de una población reacia e insumisa que no facilitó la congregación de la población nativa, situación que se revierte al finalizar los siglos XVII y XVIII.
En cuanto a sus características geográficas, la región a considerar está ubicada en la zona adyacentes de una vasta red hidrográfica que corre de manera irregular entre la sierra y la selva hacia los dos grandes océanos y el Golfo de México, destacándose los ríos Hondo, Usumacinta y Suchiate, constituyéndose en un área con características climatológicas muy similares por la preeminencia de un ecosistema selvático y húmedo. Un territorio donde converge una diversidad cultural y étnica, al encontrarse mayas yucatecos, lacandones, chontales, mames, tojolabales, tzotziles, tzeltales, chiapanecos, coxales, zoques, españoles y criollos, mestizos, esclavos negros y pobladores ingleses. Con una población que se incremento de 399 mil indios y 138 mil españoles para 1800 a 473 mil y casi 184 mil, respectivamente para 1821 (Gerhard, 1991). En cuanto al asentamiento británico, se estima para 1810 una población compuesta por dos mil esclavos, 700 negros libres y 200 blancos (Toussaint, 1993). Con base en los textos y mapas consultados, pretendo dar respuesta a la interrogante que, con base en la estructura novohispana que se había alcanzado después de tres siglos de colonización y organización político-administrativa, establecer el espacio que constituyó la América Mexicana para así saber ¿Cómo se puede concebir esta región y se percibió su frontera sur-este? y ¿Cuál fue el impacto que esta construcción espacial tuvo en el proceso de conformación territorial del México pos independiente?
La construcción espacial de una región fronteriza.
En la búsqueda por parte de una comunidad  por alcanzar su independencia y conformarse como Estado, existe una referencia para delimitar su territorio, el espacio que ocupará su organización y jurisdicción interna una vez que se logre la emancipación de la metrópoli. Igualmente, es parte de esta noción resaltar las diferencias con las demás entidades del sistema interestatal.[1] Una de las concepciones del término frontera implica la expresión de factores que conforman el progreso de la cohesión organizacional al interior frente a otras comunidades (Rangel, 2009), en el contexto de la revolución por la autonomía, una comunidad requiere el espacio geográfico que la contenga. La conformación de un espacio está vinculado a la composición de un límite, al observar un mapa de una región, se pueden identificar al menos dos espacios diferentes, uno endógeno o propio y otro exógeno o ajeno (García Martínez, 2001). Se establece la línea que diferencia a “nosotros” de los “otros”.
La región puede ser construida con el área de estudio que hace referencia a una zona determinada que posee serie de variables, las cuales pueden o no estar intrínsecas o ser compartidas en su totalidad, determinadas en primer instancia por características geográficas, aspectos culturales, lingüísticos, étnicos, pasado o historia, modelos de organización política, social, económica, modos de producción, así como características identitarias, nociones de soberanía, jurisdicción y territorialidad. En ese sentido, al iniciar el siglo XIX, encontramos en los territorios novohispanos cambios en lo político, económico y geográficos, resultado de ciertos procesos que trascendieron en el escenario local e interestatal como la guerra de los Siete Años, la Revolución Francesa, la Revolución Industrial, las Reformas Borbónicas, la invasión napoleónica a España y la promulgación de la Constitución de Cádiz, eventos que caracterizaron la decadencia del imperio español y el surgimiento de nuevas hegemonías en el concierto internacional, como Gran Bretaña, Francia, Rusia y Estados Unidos.
La victoria de Gran Bretaña en la guerra de los Siete Años y la firma del Tratado de París (1763), propicio que sus posesiones en el continente americano se incrementaran con la obtención de Canadá, el territorio al este del río Mississippi, las Floridas españolas, devueltas posteriormente con el Tratado de París (1783). Por su parte, España adquirió de los franceses Nueva Orleans y la Luisiana. Con respecto a la independencia de Estados Unidos, a pesar de que España no la reconoció de inmediato, en 1795 se llevó a cabo el Tratado de San Lorenzo o Pickney’s Treaty, por medio del cual se concedió a los estadounidenses libre navegación por el Mississippi y atracar en Nueva Orleans y se delimitó la frontera en el paralelo 31° N. De igual manera, el imperio español no pudo conservar la Luisiana, cedida a Francia por medio del Tratado de San Ildefonso de 1800.
Tres años más tarde, este territorio fue adquirido por el gobierno estadounidense, con lo cual la extensión geográfica del virreinato de la Nueva España se disminuyo. En 1819, llevo a cabo el Tratado Adams-Onís, por medio del cual Estados Unidos aseguró la posesión de los territorios del oeste hasta el Pacífico, el Oregón y la frontera con Canadá. En este contexto, la región septentrional del virreinato de la Nueva España se convirtió, de acuerdo a Aboites (1995), en el lindero de las potencias que  se encontraban en expansión territorial en el continente americano, en cuyo contexto beligerante, se constituyó como parapeto de la fuente de recursos que requería la Corona española para solventar las contantes “era el virreinato que limitaba, por su parte septentrional, con las guerras que venía sosteniendo con sus pares europeos.
La frontera, entonces, es un espacio territorial variable en términos geográfico, político y cultural, mientras que, el límite es una construcción abstracta surgida de un acuerdo o instrumento jurídico que se plasma en un mapa. Es decir, las fronteras se han modificado debido a conflictos de intereses y la expansión territorial. De igual manera, se puede concebir el border, la línea que divide dos entidades o países -“frontera-límite”-, y frontier, la franja amplia, móvil e indefinida -“frontera-frente”-, que puede ser invadida o integrada (De Vos, 1993). Al comienzo de la revolución de 1810, que se desarrollo en el movimiento independentista, la noción para determinar las fronteras se percibió con la creación del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, el 13 de septiembre de 1813, en el cual los diputados del Congreso de Apatzingán esbozaron el Título II establecer una organización territorial integrada por las siguientes provincias: México, Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Yucatán, Oaxaca, Técpam, Michoacán, Querétaro, Guadalajara, Guanajuato, San Luis Potosí, Zacatecas, Durango, Sonora, Coahuila y Nuevo Reino de León (Senado de la República, 2010).
Hasta la promulgación de la Constitución de Apatzingán, el 22 de octubre de 1814, se hace referencia a los linderos que contendrán la organización territorial arriba señalada, en espera de la demarcación que ocurriría posterior al término de la revolución que se llevaba a cabo a partir de la década de 1810. Es así que, se concebían en ambos documentos las regiones fronterizas del territorio en formación. En el Septentrión, con base a la extensión de Sonora, Coahuila y el Nuevo Reino de León. La frontera sureste se percibió en las zonas comprendidas por la Península yucateca, conformada por Tabasco, Campeche y Yucatán, y la franja sur hasta los linderos de Oaxaca, en el Istmo de Tehuantepec, considerando los límites de la Diócesis de Antequera, en el meridiano 94° O, en los linderos con Las Chiapas (véase mapa 1). Dicha noción se hizo con base en la división político-administrativa-eclesiástica existente a principios del siglo XIX para el virreinato de la Nueva España, a partir de la configuración territorial establecida desde el siglo XVIII, representada por Nuevo México, Nueva Vizcaya, Nueva Galicia, Nuevo Reino de León, Nueva España y la Península de Yucatán.[2]

Mapa 1
Fuente: Elaboración propia con base en Gerhard (1996).
La vertiente del Norte comparte del espacio del Septentrión, constituidas por Nuevo León, Sinaloa, Sonora y Baja California, más al norte, Nuevo México y Texas, aisladas del centro y con una población mayoritariamente anglosajona. Por otro lado, la orografía y geografía del territorio, propiciaron la expansión y colonización de espacios de manera vertical o vertical a las Sierras Madre Occidental y Oriental o los Golfos de California y México, así como el Océano Pacífico. La presencia de comunidades indígenas o nativas también se constituyó como aspecto para la confirmación de espacio y el establecimiento de rutas hacia el norte. De acuerdo a la distribución o división administrativa, la América Mexicana tenía su frontera sur en la zona del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, siendo las provincias de Las Chiapas y el Soconusco jurisdicción administrativa, política y económica de la Audiencia de Guatemala, pero religiosamente jurisdicción de, Obispado de Yucatán. En este sentido, la noción de la frontera sur-este concibió el lindero con la Provincia de Chiapa, integrada por los cabildos de Ciudad Real, Tluxtla, Comitán y Plenque, adscrita a la jurisdicción de la Audiencia de Guatemala desde 1544. La otra zona que colindó con la América Mexicana fue el Soconusco, cuya división natural con Chiapa es la Sierra Madre, siendo la capital Tapachula desde el siglo XVII.[3]
Los linderos de la América Mexicana: Las Chiapas y Soconusco.
Una característica similar del espacio que conforma la frontera entre las Audiencias de México y Guatemala, como subregiones del virreinato de la Nueva España, y que en el siglo XIX fueron objeto de discusión diplomática y bélica, como resultado de la concepción novohispana del “Desierto del Lacandón” y las “Tierras Despobladas hasta El Petén” (Sabana Grande). Ambas fueron durante muchos años tierras desconocidas y nulamente colonizadas y pobladas por sujetos ajenos a los naturales. En esta región, existió una divergencia en la configuración de la frontera jurisdiccional entre las provincias o estados prehispánicos, en el sentido de que ellos no concebían los límites como demarcaciones geográficas o naturales o construidas por el ser humano, ésta una visión eurocéntrica de la concepción y consolidación del Estado-nación, en términos de soberanía. Asimismo, una reconfiguración geográfica con base en el beneficio de los conquistadores y en los proyectos colonizadores.
El proceso de conquista del territorio, la política de poblamiento que congregó a las comunidades indígenas en la zona norte de la península de Yucatán y hacia el río Grijalva en la zona de Chiapas y el Soconusco, como resultado en una primera instancia un proceso lento de conquista y colonización durante el periodo pre-independiente de las regiones sureste de la península -El Petén- y de lo denominado el “Desierto del Lacandón”; así como del cierto desconocimiento de la zona. Esta lenta ocupación de la región que comprende los límites entre la América Septentrional o del Norte y América del Centro o Istmo Centroamericano, se diluyó al final del siglo XIX, en virtud de las incursiones de los cortadores tabasqueños que fueron los que exploraron y explotaron la zona con el corte de maderas tintóreas y preciosas.
Otra característica común es la existencia de una amplia red hidrográfica cuyos tres principales ríos son el Hondo, el Suchiate y el Usumacinta, así como los raudales y ríos madres aledaños que surcan la Selva Lacandona, la región “[…] occidental y septentrional de Guatemala, el este y noreste de Chiapas y la mitad oriental de Tabasco” (Vos, 1988) (véase mapa 2). Durante la colonia, la provincia de Las Chiapas se constituyó geográficamente como una entidad intermedia entre la Nueva España y la Audiencia de Guatemala, un puente y lindero de las dos administraciones que contenía “insospechadas” riquezas y una sociedad estructurada y regional, de acuerdo a Vos (1991).
Pero al mismo tiempo, se desarrolló una idiosincrasia propia, que podemos observar  de acuerdo a Vos (1993) en virtud de que el virreinato novohispano había sido objeto de “violentas insurrecciones armadas”, mientras que los criollos centroamericanos solamente se dedicaron a plasmar sus anhelos de igualdad y libertad en la prensa y “tertulias clandestinas”, que divergían de acuerdo a la tendencia liberal o conservadora. Con relación a la densidad demográfica de la provincia, de acuerdo a los datos proporcionados por Gerhard (1991), a finales del siglo XVIII fue entre 50 y 75 mil indígenas; un total de seis mil 506 blancos y mestizos; tres mil 500 esclavos negros.

Mapa 2
Fuente: Vos (1988).
 De acuerdo a Peter Gerhard (1991), en 1748 se dividió en dos alcaldías mayores, Ciudad Real y Tuxtla; en 1790, Chiapa se convirtió en intendencia, donde se instalaron subdelegados en Tuxtla, Ixtacomitán, Llanos, San Andrés Chamula, Simojovel, Palenque, Tila, Ocosingo, y Huistlán; para 1812, se instauraron los cabildos de Ciudad Real, Tluxtla, Comitán y Plenque (véase mapa 3). En este lindero, fueron establecidas rutas comercias que privilegiaron la conexión entre la costa guatemalteca y la región del Soconusco chiapaneco, Chiapas y la zona montañosa de Huehuetenango, Guatemala. Además, los productos de exportación como la grana cochinilla y el añil, eran transportados desde Centroamérica a través de los “circuitos de intercambio” que se establecieron para llevar a cabo el comercio novohispano vía el puerto de Veracruz (Trujillo, 2009). Es necesario considerar la importancia geoestratégica de Chiapas, ubicada entre Oaxaca, Tabasco y Guatemala, el cual se concibió como un punto para el control y la defensa de la frontera sureste, lo cual derivaría posteriormente en las consideraciones del proyecto de la vía interoceánica que se planteó construir en el Istmo de Tehuantepec durante el siglo XIX.

Mapa 3
Fuente: Vos (1988).
La Península de Yucatán y los cortadores británicos.

A pesar de haber sido el punto de entrada de los conquistadores españoles, las condiciones geográficas de la península yucateca, la lejanía de los centros político-administrativos novohispanos, la falta de vías de comunicaciones terrestres óptimas y las rutas marítimas sujetas a los itinerarios de los puertos de Veracruz, Campeche y La Habana principalmente, la caracterizó por estar “aislada”. Con relación a El Petén, por su extensión y ubicación geográfica, así como  también por sus estrechas relaciones con la península de Yucatán, hecho que se vislumbro en las pretensiones de sus habitantes de “[…] segregarse de Guatemala y depender políticamente de Mérida” (Vos, 1993; 90); aunado al hecho de que el obispado de esta ciudad era la jurisdicción eclesiástica de la región. La Constitución de Cádiz incentivó a los diputados de El Petén para solicitar a las cortes españolas trasladar su jurisdicción a Yucatán, bajo el argumento de contar con mejores vías de comunicación y lazos estrechos y constantes con las poblaciones yucatecas, así como también la pertinencia de la jurisdicción eclesiástica de Yucatán.
Al comenzar el siglo XIX, la región que ocupa actualmente Belice mantenía un estatus sui géneris, a partir de una “interacción anglo-española” que existió debido a la piratería y la proscripción de la misma; el comercio ilícito y el usufructo de los recursos madereros y, la colonización y soberanía de la región. Proceso que se negoció por medio de seis tratados y convenciones entre los siglos XVII y XVIII, con los cuales los británicos establecieron asentamientos para realizar actividades lícitas, extender la zona de usufructo, administración política pero no soberanía y libertad de comercio.[4] Ello afectó la noción de la configuración territorial de la América Mexicana, Centroamérica y El Caribe. Debido a la inestabilidad provocada por la revolución de independencia en las colonias españolas, la soberanía del territorio que ocupaban los cortadores británicos desde finales de la década de 1660,[5] quedó en el limbo, a pesar de que no se reconoció su posesión sobre la región, Gran Bretaña ocupó y explotó los recursos madereros existentes, gracias a las concesiones otorgadas por España a partir del Tratado de Madrid de 1670.[6]
La presencia de los madereros ingleses y su apropiación económica y territorial de la zona que ocuparon desde el siglo XVIII fungió como lindero entre las Audiencias de México y Guatemala se consolidó a partir de la expulsión de los piratas de la península de Yucatán. Una vez que fueron expulsados los piratas-madereros de la región de Laguna de Términos y de porción norte de la costa oriental de la península de Yucatán, se establecieron en el área del golfo de Honduras. Se recuperó la villa de Bacalar y fue construido el fuerte de San Felipe, el cual se constituyó como un frente de esa región. Con lo cual, los británicos se vieron obligados a desplazarse hacia la zona suroriente de la península yucateca, ubicando y ocupando un espacio despoblado y aislado, comprendido entre los ríos Hondo y Sibún, pero geográficamente cercano a su base de operaciones navales y políticas, Jamaica, a pesar de no contar las maderas con la calidad que habían encontrado en la frontera entre Tabasco y Yucatán, la Laguna de Términos.[7]
En el contexto de la guerra de independencia de la América Mexicana, los británicos comenzaron la expansión hacia el sur de los linderos político-administrativos de las Audiencias de México y Guatemala,  a partir de ríos Moho, en 1806, y Grande, en 1814, hasta alcanzar el límite en la ribera del río Sarstún, en 1824 (véase mapa 4). La concepción de la América Mexicana, como noción para conformar una nueva entidad a partir de la confrontación del “cuño liberal y popular” contra los realistas, se neutralizó una vez proclamado el Plan de Iguala (24 de febrero de 1821) y su proyecto conservador de un imperio a la cabeza de Agustín de Iturbide, con la adhesión del alto clero y de los jefes militares, la propuesta política y defensa de “las tres garantías” de independencia absoluta, religión única y orden social establecido, contenían la atractiva armonía que necesitaba una naciente y dispersa nación, auspiciado por el “enemigo común” el virrey Juan de O´Donojú que cerró el círculo con la firma de los Tratados de Córdoba (24 de agosto de 1821).

Mapa 4
Fuente: Elaboración propia con base en Vos (1993).
La independencia de México y la frontera sur-este.
Con la firma de los Tratados de Córdoba, se dio fin a la revolución de independencia y se acordó la voluntad general de separarse de España con el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, signada el 28 de septiembre de 1821, por Agustín de Iturbide y otros treinta y cinco miembros de la Suprema Junta Provisional Gubernativa. Pero a diferencia de los Constitucionalistas de Apatzingan, el proyecto trigarante no estableció nada relativo a la administración territorial y por ende la configuración del naciente imperio. En primera instancia, no se pretendió fijar la línea fronteriza, sino establecer ciertos puntos de referencia para los “dominios de la patria”, en virtud del proyecto aglutinador que pretendió erigir la extensión del espacio del Imperio Mexicano desde la frontera concebida en los linderos del istmo de Tehuantepec hasta los “confines de Panamá” (Vos, 1993).
Cabe destacar que, en la segunda mitad del año 1821, a partir del proyecto trigarante se presentó un fenómeno que coadyuvó a las declaraciones de independencia por parte de las provincias y distritos chiapanecos y guatemaltecos, cuyas autoridades se debatieron entre conformar una entidad autónoma representada por Guatemala o la anexión al Plan de Iguala para conformar el impero mexicano. En cuanto a la región beliceña, debido a la consolidación como potencia que veía desarrollando Gran Bretaña y a la debilidad política de la nueva entidad mexicana, no había opciones para ejercer control sobre una zona cuya jurisdicción la poseían los británicos desde el siglo XVII y que se extendió territorialmente en el curso de las dos primeras décadas del siglo XIX.

Fuentes de Consulta. 
Aboites Aguilar, Luis. (1995). Norte precario, (poblamiento y colonización en México (1760 - 1940). México. El Colegio de México-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.
García Martínez, Bernardo. (2001). "El espacio del (des)encuentro". En: Ceballos, M. (ed.) Encuentro en la frontera: Mexicanos y norteamericanos en un espacio común. México. El Colegio de México. pp. 19-51.
Gerhard, Peter. (1996). La Frontera Norte de la Nueva España. México. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas.
____________. (1991). La frontera sureste de la Nueva España. México. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas.
____________. (1986). Geografía Histórica de la Nueva España, 1519-1821. México. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas.
Rangel González, Edgar Joel. (2010).  “La cooperación transfronteriza Belice-Guatemala, la sinergia del Sistema Mundo”. En: Romero, Rafael y Jazmín Benítez López (coords.). La agenda de la cooperación en la frontera sur de México. México. Bonilla Artiga Editores.
_______________________. (2009). Belice y Guatemala, del diferendo a la cooperación fronteriza  (1981-2006). Tesis de Maestría. Sin publicar. México. Universidad de Quintana Roo.
Senado de la República. (2010). Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana. http://www.senado2010.gob.mx/docs/cuadernos/documentosIndependencia/b17-documentosIndependencia.pdf
Toussaint Ribot, Mónica. (1993). Belice: una historia olvidada. México. Instituto de Investigaciones José María Luis Mora.
Trujillo Bolio, Mario. (2009). El péndulo marítimo-mercantil en el Atlántico novohispano (1798-1825). Comercio libre, circuitos de intercambio, exportación e importación. México. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Universidad de Cádiz.
Vos, Jan De. (1993). Las fronteras de la frontera sur. México. Universidad Juárez Autónoma de Tabasco-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social.




* Estudia el Doctorado en Historia (Promoción 2010-2014), en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) Unidad Peninsular. Maestro en Ciencias Sociales aplicadas a los estudios Regionales por la Universidad de Quintana Roo (UQRoo). Licenciado en Relaciones Internacionales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Cultiva la línea de generación y aplicación del conocimiento de historia regional sobre políticas económicas, relaciones comerciales y cooperación en Centroamérica, Caribe y Norteamérica.
[1] Ello implica, la afirmación de fronteras fijas, la acción organizarse, definir lo propio, establecer límites geográficos y las relaciones interestatales en el sistema-mundo, le permiten al Estado fortalecer su soberanía y así robustecer su participación en la economía-mundo capitalista.
[2] De acuerdo al Artículo 10 de la Constitución de Cádiz (1812), el territorio de las Españas en la América septentrional comprende: “Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar”.
[3] Gerhard (1991), señala que Soconusco estuvo bajo la jurisdicción real desde mediados del siglo XVI; a partir de la década de 1790, fue incorporado a la Intendencia de Chiapa, dividiéndose posteriormente en dos partidos, Tónala y Tapachula, lascuales fueron elevadas a villas en 1813.
[4] Estos acuerdos son: El Tratado de Paz de 1667, el Tratado de Madrid de 1670, el Tratado de Ultrech de 1713, el Tratado de Paz de París de 1763, el Tratado de Versalles de 1783 y el Tratado de Amiens de 1802.
[5] Los ingleses se apoderaron de ciertos puntos de la península de Yucatán, como la Laguna de Términos –la frontera-, partes de las costas de Campeche y Yucatán, la región sur a partir de la Laguna de Bacalar, la región de la Mozquitia, Nicaragua, y el Roatán en Honduras, donde cortaron y comerciaron de manera ilícita con las maderas preciosas de ésta región.
[6] Este acuerdo, conocido también como Tratado de Godolphin, se convierte en el primer documento que reconoció el derecho de los ingleses a realizar actividades comerciales con las Indias Occidentales y el usufructo del palo de tinte o de Campeche en la zona sureste de la península de Yucatán.
[7] Las disputas entre España y Gran Bretaña propiciaron un vacío jurídico sobre la posesión real del territorio comprendido entre los ríos Hondo y Sibún; por un lado, tenemos que los españoles a pesar de que ejercían la soberanía no realizaron actividad alguna; por el otro, los diversos tratados anglo-españoles otorgaron a los ingleses el derecho de usufructo y ocupación de la región, en la realidad fueron éstos quienes colonizaron el área.

Colectivo Peninsular Historia y Cultura. Mérida, Yucatán. 18-feb.-2014.

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